Sólo uno de cada cuatro accidentes laborales mortales fue recogido en la prensa entre enero y febrero de 2020. En esos dos meses murieron en España, mientras trabajaban, 120 personas. Estamos hablando de un incremento del 29 por ciento en los accidentes de trabajo mortales respecto al mismo periodo de 2019. Un incremento muy llamativo que se produce antes de la pandemia y que llamó la atención de CCOO justo cuando estaba ocurriendo. Horrorizados por las informaciones de accidentes mortales decidimos registrar las que aparecían en la prensa con la idea de mostrar las historias que hay tras esas cifras: las vidas humanas que se pierden en el trabajo.
El comienzo del año fue amargo en el chat que compartimos las secretarías de salud laboral de los distintas federaciones territoriales y sectoriales de CCOO: las felicitaciones de año nuevo duraron poco porque el 12 de enero, fallecía en Estepona (Málaga), un joven de 18 años. A las 22 horas se estrellaba con su moto cuando realizaba un reparto de comida a domicilio. Una vez más se repetía el patrón – sólo y por la noche- que observamos en el sector de reparto de comida y que hace pensar que los ritmos de trabajo extenuantes están detrás de estos accidentes laborales mortales.
Cuarenta y ocho horas más tarde, fallecían dos trabajadores de una empresa de fontanería por inhalación de gases cuando reparaban el interior de un colector de aguas residuales en una urbanización del término municipal de Castalla (Alicante). Y ese mismo día se producía en Tarragona la explosión de la planta química de IQOXE y llegaban las noticias de la muerte de un trabajador más. Un accidente que acabaría con tres fallecidos, dos entre la plantilla y un vecino de la planta. No habían pasado ni 24 horas y fallecía un joven de 27 años tras precipitarse desde una altura de unos cinco metros mientras trabajaba en el cebadero de terneros de una finca de la localidad toledana de Villaminaya. El 16 de enero fallecía un pescador de 41 años en Laredo cuya embarcación volcó por un golpe de mar y otro trabajador fallecía al caerse de un tejado a 12 metros de altura en Canovelles (Barcelona) mientras hacía el mantenimiento de una nave industrial. Ese fatídico jueves 16 de enero aún quedaba otra muerte por llegar: la de un trabajador de 57 años que fallece aplastado por una máquina en una empresa de explosivos en Quintanilla Sobresierra (Burgos). Primero se pensó que había fallecido de un infarto pero posteriormente la investigación estableció que no murió por causas naturales sino que quedó atrapado entre un volteador giratorio de material y un contenedor en la fábrica de explosivos mientras estaba trabajando solo.
Las noticias de accidentes mortales se sucedían con más frecuencia de la habitual y decidimos compartir a nivel estatal todos los fallecimientos de los que teníamos noticia por la prensa. El grupo de whatsapp se hizo insoportable incluso para personas que están habituadas a estas desgracias. Muchas veces, las estadísticas desmienten nuestras sensaciones personales pero no fue así en este caso. El horror que vivimos mientras recogíamos aquellas informaciones no ha sido desmentido por las cifras oficiales. Enero y febrero fueron una sangría en cuanto a accidentes de trabajo se refiere y las cifras serán peores cuando se incorporen aquellos fallecimientos acaecidos en los meses posteriores al momento del accidente y nos encontraremos ante un volumen de siniestralidad desorbitado que reclama una reflexión pública, pues a todo esto habrá que añadir los fallecimientos de los trabajadores y trabajadoras que han hecho frente a la pandemia del COVID-19 en la primera línea.
¿Qué está pasando para que se produzca un incremento tan importante?
Lo primero que hay que aclarar es que no se trata de un incremento resultado de la inclusión de los trabajadores autónomos en la estadística, pues este colectivo ya entraba en el cómputo de notificaciones en enero y febrero de 2019. Además, en el cómputo global, los accidentes mortales de trabajadores autónomos han descendido ligeramente, pasando de 11 a 9 mientras en los trabajadores asalariados han aumentado pasando de 82 a 111.
Tampoco se trata de un incremento de los accidentes in itinere, relacionado mayoritariamente con el tráfico rodado en vehículos privados: los accidentes en jornada son cuatro veces más numerosos que los accidentes in itinere. El incremento en los accidentes en jornada es del 31 por ciento respecto a 2019. Por sectores, son la agricultura y la industria donde se han producido los mayores aumentos. En servicios y en construcción las cifras se han mantenido prácticamente iguales a 2019.
Falla la prevención más básica
Tras esas cifras están las vidas de trabajadores y trabajadoras que tienen nombres y apellidos y cuyas muertes resultan dantescas en pleno siglo XXI, cuando se supone que las medidas de prevención de riesgos laborales deberían ser el abc de quien se sube a un tejado. Sin embargo no es así, las caídas en altura mortales son abundantes e indican fallos garrafales en la prevención. El 28 de enero otra muerte más inexplicable en los trabajos en altura: un trabajador se caía de una torre de 25 metros en el estadio de El Molinón (Gijón) mientras hacía el mantenimiento eléctrico en una empresa contratada por el club.
Y seguían llegando las muertes más incomprensibles. El 17 de enero, en Tarancón (Cuenca), a las 7:41 de la mañana, un joven de 25 años fallecía en la planta de Incarlopsa al ser aplastado por la plataforma de un camión. Las noticias achacaban el accidente a una “imprudencia” del propio trabajador y nosotros nos preguntamos por la formación recibida en materia de seguridad y salud por ese joven. Cuando en una organización no se pone el énfasis en la salud y en la seguridad, las víctimas son las personas recién llegadas. La misma pregunta se plantea ante el accidente que ocurre el 18 de febrero en la localidad sevillana de Peñaflor: un trabajador de 28 años de edad fallece electrocutado porque toca un cable de alta tensión mientras estaba subido a una escalera en una finca dedicada al cultivo de naranjas. Seis días más tarde, fallece otro trabajador de 38 años electrocutado en Talaván (Cáceres). Se trata de un trabajador que estaba colocando dispositivos visuales para que las aves no choquen con el cableado. Ese mismo día, en el Concello de Chantada (Lugo), fallecía un trabajador de 34 años que participaba en una tala aplastado por un árbol y otro resultaba herido. En estos dos meses siete trabajadores han fallecido en explotaciones forestales, la mitad de los accidentes mortales ocurridos en el sector primario.
Puede ser un árbol, una viga o un montacargas. Cuesta creer que no existan los mecanismos de seguridad que permitan evitar estos accidentes. El 21 de febrero, otro trabajador, también en la treintena, falleció al caerle encima un montacargas mientras trabaja en unas obras de derribo de un antiguo taller de Sant Boi de Llobregat (Barcelona). Tres días más tarde, un trabajador de 55 años fallecía en Boadilla (Madrid) aplastado por una viga de hormigón mientras trabajaba en las obras de un aparcamiento. No han pasado ni 24 horas y se produce un nuevo accidente mortal, esta vez doble: dos trabajadores, de 34 y 55 años mueren en un accidente laboral ocurrido en una fábrica de Navarrete (La Rioja) por el desplome de una estructura en la que estaban trabajando. Y el computo sigue. En 24 horas sucede otro aplastamiento: esta vez en Gijón (Asturias), el trabajador, de 52 años, quedó aplastado por dos chapas cuando descargaba un camión pluma en una nave industrial.
La mayoría de los accidentes in itinere no salen en la prensa a no ser que sean varios trabajadores fallecidos. Son las furgonetas con temporeros agrarios en los que la precariedad, en ocasiones, esconde la muerte. Así ocurrió el 21 de febrero pasado, en Caspe (Zaragoza), en el llamado Mar de Aragón, cuando cinco trabajadores del campo, el más joven tenía 19 años, fallecieron cuando la furgoneta en la que viajaban chocó con un tractor de 13 toneladas. O el joven malagueño que murió repartiendo comida o este temporero pakistaní que fallece en Aragón, uno de los dos, no está en las cifras oficiales pues las estadísticas registran sólo un accidente laboral mortal en la franja de edad de 18 y 19 años. Ya ha advertido el gobierno que puede haber retraso en las notificaciones debido al COVID-19. Ellos son la prueba más evidente de que las cifras serán peores al final de año, pero son, sobre todo, dos vidas segadas por el trabajo cuando apenas empezaban su andadura laboral.