Existe una relación entre turismo, cambio climático y emisiones de carbono. Aunque la actividad turística no es una de las principales contribuyentes a la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), su rápido crecimiento hará que su huella se vea pronto aumentada
Por PABLO J. MOROS
A pocas semanas de cerrar el año, el sector turístico español vuelve a exhibir abultadas cifras de visitantes, similares, cuando no superiores, a las de 2019, cuando la afluencia de turistas internacionales a nuestro país alcanzó los 83,7 millones y el gasto turístico superó los 92.000 millones de euros. Durante los diez primeros meses de 2023 ya se contabilizaban 74,70 millones de visitantes internacionales, un 0,2% más de los que llegaron en el mismo periodo de 2019, con un gasto turístico acumulado de casi 95 millones de euros.
También 2023 va camino de batir otros récords. Según informa la Organización Meteorológica Mundial, el año que ahora acaba probablemente va a ser el más cálido en el planeta desde que hay registros, con 1,40°C por encima del valor de referencia de la era preindustrial. Se prevé que las emisiones globales de CO2 al finalizar el año, debidas a la quema de combustibles fósiles, llegarán a los 36.800 millones de toneladas, un 1,4% por encima de los niveles pre-pandemia. De estas emisiones el 32% corresponden al consumo de petróleo, del que proceden los combustibles líquidos que básicamente mueven nuestra civilización.
Existe una relación entre turismo, cambio climático y emisiones de carbono. Tomada de manera aislada, la actividad turística no es una de las principales contribuyentes a la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). Ahora, bien si se considera su rápido e intenso crecimiento a lo largo de las últimas décadas, es previsible que su protagonismo en el aporte de CO2 a la atmósfera se vea pronto aumentado, en un contexto en el que el presupuesto de carbono de la humanidad para no superar los 1,5ºC de calentamiento del planeta a finales de siglo, es cada vez más exiguo, de solo seis años si se sigue con el actual ritmo de emisiones . La Organización Mundial del Turismo reconoce que entre 2005 y 2016 la aportación del turismo al CO2 mundial creció un 60%, y que podría aumentar más de un 25% entre 2016 y 2030. Y es que el turismo está estrechamente ligado a un sector que sí resulta de los más contaminantes, el transporte, responsable del 23% de las emisiones globales de dióxido de carbono. La mayor parte de los desplazamientos de turistas entre los países se efectúa por vía aérea, mientras que los movimientos interiores tienen lugar mediante vehículos privados de motor térmico: las dos modalidades de transporte actualmente más contaminantes. La aviación, a pesar de los avances en la eficiencia de sus motores, y a la implementación de medidas como la incorporación al queroseno que consumen las aeronaves de SAF (combustibles sostenibles para la aviación, por sus siglas en inglés, procedentes de grasas vegetales), continúa siendo una fuente de emisiones de GEI, cuya magnitud no hace más que crecer al tiempo que lo hace la demanda de vuelos: entre 1999 y 2018 contribuyó en un 3,5% a todo el calentamiento global, pero solo en 2018 ya lo hizo en un 5,9%. El transporte aéreo a día de hoy no tiene una alternativa libre de carbono clara, más allá de prototipos experimentales alimentados con baterías eléctricas o con SAF, aún lejos de ser económicamente viables para su comercialización a gran escala.
El automóvil privado convencional, propulsado por motor de explosión, tiene en el coche eléctrico un sustituto plausible desde el punto de vista de la descarbonización. No obstante, el grado de penetración del vehículo eléctrico en los mercados presenta grandes diferencias entre países. En el caso de España la presencia del coche eléctrico en el parque móvil nacional aún es escasa, situándonos en los puestos de cola de las naciones de nuestro entorno, con una cuota de mercado del 6,4% frente al 21% del conjunto de Europa.
La movilidad que demanda el turismo supone por tanto una importante emisión de CO2 debida al transporte de pasajeros, pero éste no es el único componente de la huella de carbono que deja el sector. Un reciente estudio estima que el turismo en España fue responsable del 14,2% de la huella de carbono del país durante el pasado año, señalando qué si bien una tercera parte era atribuible al transporte aéreo, los dos tercios restantes corresponderían al consumo de bienes y servicios demandados por los turistas. Es decir, aunque se redujese o sustituyese la movilidad aérea por formas alternativas no contaminantes de transporte, el peso del turismo en las emisiones de carbono continuaría siendo muy elevado.
El progresivo aumento de las temperaturas, la mayor frecuencia e intensidad de las olas de calor en nuestro país, con un incremento en el número de noches tórridas y tropicales, amenazan el confort térmico de los destinos habituales , sobre todo los de sol y playa, pero también los del interior peninsular. Episodios de calor extremo que se alternan con otros de lluvias torrenciales concentradas en el espacio y en el tiempo, que provocan daños en las infraestructuras, y tormentas marinas que contribuyen a la creciente desaparición de playas y arenales. Fenómenos que ponen de manifiesto las consecuencias de la desmedida urbanización del litoral español, especialmente el mediterráneo, que ha supuesto la destrucción de ecosistemas como los costeros o los de ribera, perdiendo juntos con ellos su capacidad protectora ante este tipo de eventos.
El sector turístico presenta una notable complejidad, alcanzando a muchas actividades, directas e indirectas, e implicando a muchos actores: administraciones, empresas, sindicatos, tercer sector, consultores, ámbito académico… Entre muchos de estos agentes existe una preocupación seria y creciente sobre el futuro de la que es una de las principales industrias del país, la principal en algunas comunidades autónomas, amenazada por el cambio climático de una manera cada vez más evidente y con unos impactos negativos sobre los territorios turísticos permanentes cuando no en aumento. Así lo pone de manifiesto el estudio “Transición energética y movilidad descarbonizada para un turismo sostenible” que ha sido elaborado por ISTAS-F1ºMayo con el auspicio de la European Climate Foundation (ECF). El trabajo ha contado con la opinión de un heterogéneo conjunto de agentes vinculados al turismo sobre la situación de la sostenibilidad del sector y sus perspectivas futuras en el actual escenario de calentamiento global. La información recabada de estos diferentes puntos de vista se ha complementado con los resultados de debates mantenidos entre actores locales de una muestra de destinos turísticos significativos: Benidorm, Málaga, Barcelona y León. Las aportaciones de unos y otros señalan la necesidad de reconceptualizar el turismo, incorporando como elementos prioritarios en el diseño y desenvolvimiento de los negocios, la acción climática, la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores del sector y la salvaguarda de los valores sociales y ambientales de los territorios sobre los que se desarrolla.
El estudio de ISTAS-F1ºMayo incluye una serie de propuestas para impulsar la descarbonización de la industria del turismo que se articulan sobre tres ejes: transversal, movilidad e infraestructura turística. Dentro del primero de estos ejes, propone reducir la oferta turística en zonas saturadas, limitando los desarrollos urbanísticos, la construcción de nuevos alojamientos e infraestructuras turísticas, y la proliferación de pisos turísticos y establecimientos de restauración en los centros urbanos. Junto a estas acciones apunta la aplicación de medidas fiscales para reorientar el turismo y compensar las zonas saturadas, fomentar la diversificación productiva en zonas saturadas con economías altamente dependientes de la actividad turística, apostar por un turismo de proximidad, prolongar los tiempos de estancia e incrementar la regulación en el acceso a zonas protegidas o de alto valor ecológico.
Las medidas para la descarbonización de la movilidad incluyen evitar la ampliación de infraestructuras de transporte en destinos turísticos que contribuyan a favorecer los modos más contaminantes, como aeropuertos o terminales marítimas; impulsar las redes de transporte público, especialmente mejorando el ferroviario o el colectivo por carretera; recuperar y ampliar los servicios de trenes nocturnos; implementar planes de movilidad específicos para destinos turísticos; potenciar la electrificación de los vehículos destinados al turismo; y promover la investigación en modos de propulsión alternativos para el transporte aéreo y marítimo que prescindan del uso de combustibles fósiles.
En los relativo a la descarbonización de la infraestructura turística, el trabajo de ISTAS-F1Mayo propone, para los establecimientos turísticos, la puesta en marcha de planes para la reducción de emisiones, que incluyan el cálculo de la huella de carbono; la elaboración de programas de auditorías y sistemas de gestión energética; la promoción de planes de formación en ahorro energético entre las plantillas; el desarrollo de sistemas de gestión ambiental; la incorporación de energías renovables y del autoconsumo; la puesta en marcha de medidas de rehabilitación energética; la elaboración de planes de movilidad para trabajadores, clientes y proveedores; la reducción de la producción de residuos y de consumo de agua; y la adopción por parte de hoteles y restaurantes de políticas de consumo de productos de proximidad.
La implantación y desarrollo de las anteriores propuestas deberían acompañarse de un debate generalizado, profundo y urgente, sobre un nuevo modelo de turismo que haga menos dependientes a los territorios, restaure las cicatrices dejadas por el desarrollismo de la actividad turística, supere sus efectos negativos sobre la calidad del empleo en el sector y sobre las condiciones de vida en los destinos turísticos, reduzca drásticamente su contribución a las emisiones de GEI y permita adaptarse a las nuevas condiciones que impone el cambio climático.
Para hacer posible una radical transición ecológica del sector turístico, debería producirse un cambio cultural profundo sobre nuestra percepción del turismo y del tiempo de ocio. Una mutación que está estrechamente conectada con el cambio de actitud sobre el consumo. Mientras continuemos guiados por la idea de que nuestra felicidad depende de acumular la mayor cantidad de bienes y experiencias en el menor tiempo posible, de que el tiempo de asueto solo tiene sentido si es para saturarlo con actividades novedosas, sin detenernos a reflexionar sobre las consecuencias de las mismas, difícilmente podremos llegar a alcanzar una nueva forma de hacer turismo que no impacte negativamente sobre los territorios y las personas, y que no contribuya, todavía más, a agotar la capacidad de carga de nuestro planeta.