Aunque haya diversas denominaciones y referencias para la extrema derecha, en la mayoría de ellas destaca un mínimo común denominador: el nacionalismo reaccionario, regresivo, reactivo y negativo
En los largos debates y la ingente literatura sobre la extrema derecha, proliferan, como se sabe, diversas denominaciones (ultraderecha, derecha radical, extrema derecha…) y referencias (populismo, nacionalpopulismo, neofascismo, posfacismo…), pero prácticamente en todas ellas emerge, aunque no se subraye suficientemente, un mínimo común denominador capaz de articular el resto de las características de estos fenómenos: el nacionalismo reaccionario, regresivo, reactivo y negativo.
¿Cuáles son estas características? La idea de la nación en peligro, el temor a la pérdida de la identidad nacional amenazada por la globalización y sus efectos, el nativismo, la xenofobia, la islamofobia… Todas ellas remiten, ineluctablemente a la nación y, consecuentemente, al concepto que los engloba: el nacionalismo, el cual debe situarse por encima de otras caracterizaciones o fenómenos. De lo contrario, contemplado como una característica más, ese núcleo y nexo entre todas las extremas derechas que es el nacionalismo quedaría, en el mejor de los casos, diluido y en el peor distorsionado.

Ya en el plano de las referencias que mencionábamos, una de las más recurrentes es la del populismo. Pero esta es una noción aplicable y aplicada a tal extraordinaria cantidad de fenómenos que pierde por ello mismo toda capacidad explicativa. Toda la que gana, ciertamente, en su calidad de arma arrojadiza para descalificar al contrario (o para ocultar la ignorancia propia).
Esa última función de descalificación del adversario la ha cumplido históricamente la noción de “fascismo”. Este puede ser considerado como una cultura política ultranacionalista capaz de convertirse en su época en el núcleo duro de la extrema derecha. Pero esto ya no es así. Muchas son las razones para ello, y conviene exponerlas siquiera sucintamente. 1. El fascismo es una forma de nacionalismo, pero ni fue la primera ni fue la única. 2. La extrema derecha tiene una larga historia que precede al fascismo, coincide con el fascismo histórico y se mantiene después de él. 3. El nacionalismo fascista fue proyectivo e imperialista, mientras que el de la extrema derecha actual es básicamente defensivo y reactivo. 4. La extrema derecha actual comparte con el fascismo el desprecio por la verdad, la destrucción del lenguaje, la apuesta por la confrontación y la polarización extrema, la demonización del contrario, pero está lejos de actuar como un partido-milicia que hace de la violencia y la guerra un elemento identitario. 5. Tampoco se postula como una tercera vía entre el capitalismo y el comunismo, todo lo contrario, frecuentemente, abraza alguna forma de ultraliberalismo económico. 6. Finalmente, la extrema derecha actual no aboga por la dictadura ni el totalitarismo, antes bien, pretende ser “democrática”, “constitucionalista” y “legalista”, herramientas que utiliza en dos vertientes: la de la descalificación de la izquierda democrática o toda forma de progresismo (recordemos lo de “feminazis”, por ejemplo); y la de ganar respetabilidad, lo que favorece su “blanqueo” y aceptación progresiva por parte de sectores crecientes de una derecha conservadora cada vez más atrapada en los discursos nacionalistas.
En suma, la fijación en el fascismo impide o dificulta apreciar algunas de las características de una extrema derecha que se configura ahora mismo como la principal enemiga de la democracia, a la que no ataca frontalmente, pero a la que quiere vaciar de todos sus elementos consustanciales.
Frente a esta fijación en el fascismo, consideramos que el nacionalismo reaccionario “clásico” es posiblemente el más importante –bien que tampoco el único- de los hilos que confluyen en la extrema derecha. Recordemos al efecto quiénes eran los “cuatro estados confederados” que confluían en la anti-Francia para Charles Maurras y su Acción Francesa; sin lugar a dudas referentes por excelencia para la extrema derecha no fascista en la primera mitad del siglo XX: metecos (inmigrantes), judíos, masones y protestantes.
No hace falta mucha imaginación para identificar los elementos xenófobos que han apuntado al inmigrante, en Francia como en otras partes, desde entonces y hasta el presente, como enemigo de la nación y amenaza para sus esencias nacionales. Y no andarían muy lejos de aquella antipatria los nuevos “enemigos”: de la cristiandad ahora (el islam), la globalización, el cosmopolitismo y todas las formas de progresismo (feminismo, LGTBI, ecologismo…). La atención a este hilo de largo recorrido del nacionalismo reaccionario, permite subrayar, por otra parte, la centralidad de una constante: el odio a un “otro” construido como el enemigo de aquello que está en el centro de todo: la nación.
Dentro de la apuntada pluralidad de experiencias tenemos la que aquí nos interesa especialmente, la de la extrema derecha española ahora personalizada en el caso de VOX. De nuevo aquí hay que alejarse de aproximaciones reduccionistas como las que quieren ver en VOX, bien una forma de fascismo, bien un franquismo redivivo. Por supuesto que ambos existen en tanto que hilos confluyentes. El del fascismo, desde luego, y ahí están las trayectorias falangistas de algunos de los dirigentes de VOX. Pero se trata, una vez más, de un hilo a tener en cuenta por más que no sea en absoluto dominante o esencial.
La cuestión del franquismo es, sin duda, más compleja. Desde luego, afirmar que Vox es simplemente franquista o postfranquista es una apreciación tan reduccionista como la que acabamos de ver en relación al fascismo. Comparte con esta, además, los efectos peligrosos derivados de unas distorsiones que velan o difuminan buena parte de los elementos de fuerza reales de los enemigos de la democracia y de las amenazas que se ciernen sobre ella.
Pero también es cierto que 40 años de dictadura nacionalista de extrema derecha no pasan en balde. En este terreno hay que diferenciar entre los aspectos ideológicos y culturales rastreables en el franquismo y el o los legados más importantes del mismo. En el plano ideológico, hay que subrayar que el hilo más importante no es el de los componentes fascistas del régimen, sino el de la cultura política que fue hegemónica en el mismo, precisamente la del nacionalismo reaccionario con origen en Acción Española. Mencionemos rápidamente algunos de sus rasgos esenciales: un nacionalismo defensivo, reactivo, no imperialista, retrospectivo en sus fundamentos historicistas –la Hispanidad-, reaccionario en su voluntad de destrucción del “otro” –la AntiEspaña- y defensor de una modernización económica basada en el reconocimiento sin ambages del sistema económico capitalista. Un nacionalismo que ponía a la monarquía en el centro de un proyecto que se presentaba como anti-totalitario y abierto a prácticas pseudo- constitucionales. En suma, no en vano, la historiografía ha venido a recordar la existencia de líneas de continuidad entre Acción Española, el grupo de Arbor y los tecnócratas en los años cincuenta y sesenta, Fuerza Nueva y, ahora Vox.
¿Y el legado del franquismo en su conjunto? A señalar, fundamentalmente, dos legados complementarios que se refuerzan mutuamente. En primer lugar, la noción de “España”, así como la de su unidad inquebrantable, alcanzó unos niveles de banalización- naturalización-sacralización extrema que permitió paradójicamente desgajar esa idea de España de todo “nacionalismo”. El otro legado de la dictadura, complementario del anterior, fue la destrucción del nacionalismo democrático, el de origen liberal y desarrollo republicano. Era este el que había construido desde un fundamento cívico a la nación española. Era también el del antifranquismo que en las décadas finales de la dictadura abrazó la idea de la plurinacionalidad española.
¿Qué pasó con los legados del franquismo? En primer lugar, hay que constatar que la dictadura fue eficaz en su voluntad de destruir hasta la raíz el nacionalismo democrático, mientras que procesos de recomposición de ese nacionalismo protagonizados por el antifranquismo quedaron en buena parte bloqueados durante la transición. En segundo lugar, la derecha conservadora estuvo muy lejos de abandonar por completo los topos fundamentales del nacionalismo antiliberal español, incluidos los de un franquismo con el que nunca quiso romper de modo abierto y taxativo.
Finalmente, entre la incapacidad para recuperar plenamente y desarrollar los fundamentos de un nacionalismo democrático español por parte de la izquierda y la involución de la derecha conservadora, se conformó un caldo de cultivo en el que puede florecer el nacionalismo reaccionario de VOX. No sólo, la radicalización-involución de la derecha conservadora, ofrece toda una suerte de impulsos que contribuyen al blanqueo, respetabilidad y por ende a la capacidad de la extrema derecha española para intentar empujar las instituciones en sentido involutivo.
Anotemos, finalmente, que estamos ante un nacionalismo de impronta a-liberal o anti-liberal incapaz de afrontar democráticamente los retos del presente. Un nacionalismo que, por ello, no encuentra mejor forma de proteger a una patria supuestamente amenazada, su patria, que la de reescribir hasta la saciedad las lecturas antiliberales del pasado y el recurso a expedientes reactivos y punitivos. Un nacionalismo reaccionario, en suma, cuya debilidad acomplejada le hace tanto más más defensivo hacia el exterior como agresivo y beligerante hacia el interior.