Olas de calor, un riesgo laboral emergente

Los peligros relacionados con el clima, como la exposición al calor y a fenómenos meteorológicos extremos, afectan a la salud de la población trabajadora a corto plazo pero también incrementan el riesgo de enfermedades crónicas y el riesgo de lesiones

CLAUDIA NAROCKI

Han pasado poco más de unas semanas desde la última ola de calor, y los termómetros ya vuelven a alcanzar récords. Durante los últimos años, como consecuencia de la emergencia climática, los periodos de altas temperaturas son más frecuentes, más intensos y duran más. Y, sin embargo, empresas y autoridades apenas planifican su adaptación a los episodios de altas temperaturas. 

Según el informe Los episodios de altas temperaturas como riesgo laboral, recientemente presentado por la Fundación 1º de Mayo, el calor, que es un riesgo laboral bien conocido, exige en el presente nuevas políticas, por ser un riesgo emergente. Esta afirmación se basa en diversos hechos. Por un lado, el cambio climático está incrementando el problema de las altas temperaturas. Los eventos de calor ya no son raros. Ocurren en primavera y pueden darse también en septiembre; no solo en los meses que típicamente se han considerado calurosos, julio y agosto. Los veranos, de hecho, duran ahora 5 semanas más que en los años 80 del pasado siglo. Y la tendencia es a que se produzcan cada vez más eventos, más intensos y de mayor duración. 

En el medio urbano, además, se produce el efecto isla de calor, por el que algunas zonas de la ciudad alcanzan temperaturas muchísimo más altas que en otras. Además de incrementar las exposiciones laborales, el calor se sufre en las viviendas, especialmente en las viviendas “baratas”, que cuentan con peor aislamiento; durante las noches muy calurosas, en estas es imposible un buen descanso reparador. 

Durante los últimos decenios, también, se ha ido ampliando el abanico de ocupaciones expuestas. Además de las industrias y servicios que utilizan el calor como parte de sus  procesos productivos, y de las ocupaciones en exteriores en las que siempre se ha reconocido el estrés térmico, como la agricultura y la construcción, han surgido nuevas ocupaciones muy peligrosas, especialmente en el medio urbano. 

Se trata de ocupaciones que combinan algunas o todas las siguientes características: se realizan en exteriores o en interiores sin aislamiento térmico adecuado, no paran durante las horas más calurosas del día, demandan esfuerzo físico, se realizan en zonas recalentadas de la ciudad o junto a equipos que emiten calor, etc. Algunos ejemplos podrían ser el reparto en bicicleta, la vigilancia de zonas de aparcamiento, el mantenimiento, las reparaciones o instalaciones en exteriores, la hostelería especialmente al aire libre. 

Por otra parte, el alargamiento del verano trae el problema también a centros de enseñanza, mientras que en entornos rurales, hay nuevos escenarios de exposición, como la invernaderos o los trabajos con equipos recalentados, como pueden ser las instalaciones de producción de energía solar y similares. Otros agravamientos de las exposiciones surgen de la intensificación del ritmo de trabajo, directamente relacionada con esa precarización de muchos puestos de trabajo y el ajuste de personal a mínimos. 

La legislación en teoría protege frente a este riesgo laboral, como ante cualquier otro. La Ley de Prevención de Riesgos Laborales (LPRL) obliga al empresario a “garantizar la seguridad y la salud de los trabajadores a su servicio en todos los aspectos relacionados con el trabajo”. Por tanto, cualquier exposición laboral a estrés térmico ha de ser parte del plan de prevención. Es más, ante el estrés térmico el artículo 21 de la LPRL obliga en primer lugar al empresario, que debe interrumpir las exposiciones a riesgos graves o inminentes.

Respecto al Real Decreto 486/1997, por el que se establecen las disposiciones mínimas de seguridad y salud en los lugares de trabajo, se aplica a lugares de trabajo cerrados; en estos, si los trabajos son “sedentarios propios de oficinas o similares”, se establece un máximo de 27ºC, mientras que para los trabajos “ligeros”, el máximo sería de 25ºC. Este RD no brinda protección a las personas más expuestas a estrés térmico, es decir, las que realizan tareas con trabajo físico intenso o las que trabajan en locales que por sus características pueden ser excluidos de la aplicación de los citados límites, y excluye totalmente a las personas cuyo trabajo se realiza en exteriores, que son las más afectadas por condiciones ambientales externas.

Un riesgo laboral evitable

Para aliviar el impacto que el calor puede tener sobre las personas trabajadoras, es necesario que los episodios por altas temperaturas se introduzcan dentro de los planes de prevención de riesgos laborales. Los riesgos laborales por calor no se solucionan con campañas de información y autorregulación de las personas trabajadoras. Necesitamos medidas técnicas, organizativas y de protección en el origen, especialmente dirigidas a personas que trabajan a destajo. Necesitamos potenciar el sistema de vigilancia e información laboral, visibilizar las actividades con exposiciones a riesgos por calor así como las enfermedades por estrés térmico, y monitorizar el impacto en la salud y la seguridad.

En este sentido, la empresa se debe anticipar y, con la participación de la representación de la plantilla, debe tener preparado un plan de acción que permita la adaptación a las condiciones ambientales. Para ello, es importante identificar todas las tareas que puedan resultar afectadas por los riesgos ambientales y los factores de estrés térmico, así como adoptar medidas técnicas y/o organizativas de prevención, y establecer un sistema de alerta temprana, entre otros. 

Los eventos de calor no solo provocan enfermedades por calor, de las cuales, el golpe de calor es la más grave. Así, la literatura científica es contundente al señalar que el calor puede provocar patologías a medio y largo plazo (vasculares, respiratorias, renales, etc.) y agravar patologías preexistentes. Los estudios científicos muestran además que el calor afecta a la salud reproductiva y aumenta la peligrosidad de los tóxicos, incrementando el impacto de la contaminación sobre el organismo, entre otros impactos negativos. 

El calor exacerba además otros riesgos laborales. Se reduce la eficacia de las medidas de prevención basadas en EPIs. Otro aspecto, es el incremento de la accidentalidad, que puede estar relacionada con un deterioro de la atención o cognitivo, la deshidratación, el cansancio. 

Carecemos de buenas fuentes de información para reflejar lo que pasa a nuestra población trabajadora con respecto al calor. Las estadísticas de la Seguridad Social no reflejan este problema. El cuadro de enfermedades profesionales no contiene enfermedades por calor y el sistema oficial de notificación de accidentes de trabajo sigue sin reflejar la enorme carga que tiene el calor sobre las lesiones de la población trabajadora. Así, se reflejan sólo los accidentes que responden al diagnóstico de golpe de calor, pero se ha detectado un aumento de la siniestralidad durante los días de calor. Y apenas hay datos sobre exposiciones, quitando los estudios específicos sobre actividades. Un ejemplo es el estudio de ISTAS sobre la detección de riesgos ergonómicos y de estrés térmico en la operación y mantenimiento de instalaciones de energía eólica. 

Calor: un elemento de desigualdad

Eleazar Blandón llevaba varias horas recogiendo sandías a destajo cuando se desplomó a causa del calor. Ese día de agosto de 2020 se superaron los 44 grados en Lorca (Murcia), donde Blandón trabajaba como jornalero. Tras desmayarse, Blandón fue abandonado a la puerta de un centro de salud cercano, ya prácticamente sin pulso. Falleció poco después, mientras era trasladado a un hospital debido a la gravedad de su caso. De origen nicaragüense, Blandón fue un caso extremo de las desigualdades sociales que se esconden detrás de los episodios relacionados con altas temperaturas. 

Pero no es el único. La última víctima falleció el pasado sábado tras sufrir un golpe de calor en plena ola de altas temperaturas. Se llamaba José Antonio y era trabajador de una subcontrata que daba servicio al sistema de limpieza vial del Ayuntamiento de Madrid. A sus 60 años, José Antonio se pasaba horas en la calle a una temperatura de más de 40ºC, durante los peores momentos de la ola de calor. Hacia las 17.30 del viernes se desplomó. Cuando lo atendieron, su temperatura corporal había alcanzado los 41,6ºC y, aunque llegó al hospital con vida, su cuerpo no pudo recuperarse de la conmoción sufrida. 

El estrés térmico refleja la desigualdad social y la incrementa. Así, las ocupaciones con mayor exposición, fruto principalmente de la menor prevención, suelen ser las que tienen salarios más bajos, o en las que se cobra a destajo y las que realizan personas afectadas por otros factores de vulnerabilidad social (carecer de contrato fijo, “de papeles”, de representación sindical, etc.) y también tienden a sufrir más el estrés térmico en sus desplazamientos relacionados con el trabajo y en las viviendas. Estas personas ven reducida su capacidad para negociar sus condiciones de trabajo en sus lugares de trabajo y no pueden aplicar la medida más básica, que es reducir la intensidad del trabajo y tomarse las pausas que necesitan para disipar el exceso de calor acumulado en su cuerpo, y cortar así la evolución hacia un golpe de calor.

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