Esta es la cruda realidad de la gran mayoría de las trabajadoras del hogar. Da igual si es accidente de trabajo, enfermedad laboral o enfermedad común. Da igual si tienes contrato o no. La casuística es variadas y los procesos diferentes, pero tienen el mismo final: la enfermedad supone el despido, te vas con una mano delante y otra detrás y sin derecho a paro. Esta es la conclusión que se puede extraer de los testimonios de las trabajadoras que hemos entrevistado en este reportaje.
La figura del desistimiento permite despedir a las trabajadoras sin ninguna motivación y la realidad es que tanto las que tienen contratos como las que no, se encuentran en la calle si enferman, sin paro y la mayoría de las veces sin ni siquiera los 12 días de indemnización que prevé esta fórmula de despido.
Daybelyn Juares de la asociación Mujeres Migrantes Diversas nos cuenta el caso de una compañera que estaba trabajando como interna en una casa y tuvo un cólico nefrítico: “Una compañera de la asociación que estaba de interna, empezó a tener muchos dolores en la zona abdominal, la señora de la casa le decía que no hacía falta que fuera al médico, que tomara una infusión. Cuando la chica fue empeorando y la vieron muy mal la dejaron, de madrugada, a dos manzanas Hospital Vall d’Hebron, como si fuera un perro, con la orden de no decir para quién trabajaba. Ni siquiera la acercaron a urgencias. La chica, con muchos dolores y sola en medio de un descampado, llamó a los números de las coordinadoras de la asociación y nosotras fuimos. Estuvo ingresada y cuando salió ya no volvió a la casa, porque nadie de la familia la llamó siquiera para ver cómo estaba”.
Daybelyn nos cuenta también el caso de Deriber, a quien le cayó un ladrillo en la mano y perdió la movilidad en tres dedos. La empleadora la despidió cuando vio que ya no servía para limpiar. Ella acudió a la asociación y no quería denunciar pero Daybelyn la acompañó al CITE de CCOO y denunció. La familia creía que todo lo iban a arreglar con dinero y cuando recibió el burofax de CCOO aceptó la relación laboral con ella. Finalmente, Deriber con el apoyo de CCOO, ganó el juicio.
Norma Véliz, de la asociación Mujeres pa’lante, nos cuenta el caso de una compañera que se intoxicó porque mezcló lejía y amoniaco. Cuando la trabajadora se intoxicó fue despedida y no denunció el accidente a las autoridades laborales: “No tenía papeles pero aunque los hubiera tenido no había denunciado, porque la gente tiene miedo y se calla”. Véliz señala que hay muchos casos de intoxicación y alergias relacionados con la emanación de gases por utilización de productos químicos. También relata el caso de una compañera a la que le cayó amoniaco en la cara y se quemó: “Quedó tendida en la bañera. Esta chica tenía contrato pero la despidieron nada más se recuperó del accidente. Ella aún tiene las manchas en la cara”. Otro caso que recuerda Veliz es el de otra compañera que cuando planchaba tenía muchos dolores en la mano y le diagnosticaron túnel carpiano: “también la despidieron. Tuvo que dejar de limpiar y buscarse otra cosa, pero ni paro ni indemnización ni nada”. Otra compañera de Mujeres pa’lante se cayó de la escalera mientras limpiaba los cristales: “también la despidieron”. Tras el accidente ella tenía que demostrar que se había caído en esa casa y no quiso emprender acciones legales: “es nuestra palabra contra la de ellos y la gente sabe que tiene las de perder” explica Norma Véliz.
Shirley de la asociación Libélulas, como las demás trabajadoras consultadas, relata un caso de enfermedad que acabó en despido: “A una de mis amigas le salieron unos nódulos en la nariz por la exposición a los quitagrasas que utilizaba limpiando una casa y cuidando a una pareja de ancianos. Llevaba en esa casa casi dos años. Tuvieron que operarle de esos nódulos y esa intoxicación también le afectó a la vista. Tras la operación, la despidieron. Justo le caducó el permiso de residencia mientras estaba enferma. Como la habían despedido y en ese momento no tenía contrato, ha perdido los papeles y ahora está otra vez indocumentada, en una situación gravísima porque no puede trabajar en la limpieza y no tiene papeles”.
Menosprecio y desvalorización del trabajo
Isabel Valle, presidenta de la asociación Libélulas, destaca la exposición a riesgos psicosociales a la que están expuestas las trabajadoras porque se las trata con desprecio: “Imagínate el caso de una chica que acaba de llegar y que no sabe cómo funciona una lavadora. Una de estas chicas no separó la ropa por colores y cuando la señora de la casa vio que se le había estropeado una camiseta le dijo que ni trabajando todo el año le iba a poder pagar lo que valía esa camiseta. Imagínate la situación de la pobre chica. Las empleadoras suponen que nosotras debemos de saber todo, incluso cómo se cocina aquí, cuando nosotros tenemos hasta otro nombre para las verduras. Son cosas que te afectan como ser humano: nos hacen pensar que somos unas ignorantes”. Isabel nos cuenta el caso de una chica que se ha ido a trabajar de interna a Figueras por 500 euros: “Yo le digo, pero ¿cómo te vas por ese dinero? Y ella me contesta Isabel: es que yo no puedo ni pagarme la habitación y he de mandar dinero a mi casa”. Y esa es la realidad.
Daybelyn, que hoy trabaja en el Servicio de Atención a Domicilio del Ayuntamiento de Barcelona, también sufrió una depresión cuando trabajaba como interna cuidando a una señora enferma de ELA: “Me pagaban 700 euros al mes y yo me tenía que pagar la carne, el pescado y la fruta. Era una explotación, pero yo hacía todo lo que podía con ella porque me gusta el trabajo de cuidar a la gente. De hecho, le hacía hasta tres cambios posturales por la noche y bajaba su perro a pasear. Un día de invierno, a las 22 horas, un hombre me siguió hasta el portal cuando paseaba al perro con la intención de violarme. Yo subí superasustada a la casa y hable con ella y con la familia: Ella no aceptó que bajara al perro más pronto y su hijo me dijo que no denunciara el intento de violación porque la policía me preguntaría qué hacía yo en esa casa. Te sientes una mierda”.