Aunque las causas vinieran de años atrás, el caso Ardystil se destapó en abril de 1992 por el fallecimiento de una joven en Cocentaina, una población de la montaña alicantina, próxima a Alcoi. La relación con otra muerte similar acaecida tres meses antes hizo saltar la alarma. Ambas muertes, y las que vendrían después hasta un total de seis, fueron la consecuencia de un proceso de fibrosis pulmonar que afectó gravemente a un centenar de personas. Todas ellas tenían en común haber trabajado en procesos de estampación textil, con exposición inhalatoria a productos químicos, en condiciones precarias y de insalubridad. Una enfermedad desconocida hasta ese momento, que se bautizaría con el nombre de la empresa donde se detectaron los primeros casos: síndrome Ardystil.
Doce años después, se estrena la película Síndrome laboral, dirigida por el valenciano Sigfrid Monleón, que vuelve la luz sobre este escalofriante caso de precariedad y muerte en el trabajo. Una película que ensambla con la tradición anglosajona del cine de juicios y refleja la lucha por desvelar la verdad, por la justicia y por superar la enfermedad, que no sólo se libró en la plaza pública sino también en los tribunales. La actriz catalana Mercè Llorens encarna el papel de Sonia, superviviente del síndrome, que representa la lucha de las víctimas por conseguir justicia y el actor Carmelo Gómez se convierte en el abogado de Sonia. Ni en el guión, hecho con Martín Román, ni en los exteriores elegidos, ni en la construcción de los personajes ha querido ceñirse Monleón a la reconstrucción documental de la historia en que se inspira el largometraje. Es la encarnadura de los personajes creados para el cine de ficción, la que vuelve más real aquella historia de finales de los ochenta.
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Síndrome laboral es una película hecha para televisión. Me molesta mucho que este tipo de películas para televisión sea considerado un formato o género menor, o que se piense que es un trabajo meramente mercenario. No es así, aseguró Sigfrid Monleón con ocasión del estreno de Síndrome laboral. De las televisiones inglesas o alemanas, por ejemplo, han salido grandes películas, recordó, y, por otro lado, cuando empecé a trabajar en Síndrome laboral no lo hice pensando directamente en la televisión o en el cine.
Cuando empecé a leer noticias sobre el caso, lo que me sugirió, recuerda Sigfrid Monleón, fue un mundo femenino de chicas jóvenes que trabajaban en condiciones tercermundistas, que en la mayoría de los casos era su primer trabajo, tan novedoso como su primer amor. Lo veía, confiesa, como un proceso de conocimiento, que tuvo como telón de fondo ese envenenamiento con sustancias químicas.
¿Por qué eligió este tema para una película?
Cristina Abril, productora de Itaca Media, me preguntó si tenía algún argumento para una película pensada para la televisión. De los temas que guardaba en cartera, enseguida pensé en éste.
¿Se planteó en algún momento hacer un documental?
No, no quería hurgar en los escenarios reales ni en los personajes reales, porque pienso que como director de cine y desde la ficción debo crear un mundo propio que, no obstante, luego puede servir para iluminar el caso real con otra perspectiva. Me documenté en la hemeroteca y con el sumario del caso. Sólo quise enfrentarme a las personas reales una vez escrito el guión. Como creador quería aportar algo.
¿Y cómo imaginó su historia?
La imaginé con la perspectiva de hoy. Pensé en, unas trabajadoras en precario, sin seguridad social, en condiciones de semiclandestinidad y pensé que si en esa coyuntura de crisis económica el trabajo lo hacían las hijas de nuestras familias, ahora probablemente serían inmigrantes sin papeles. Así evoqué la historia como en un flashback que parte de la vista oral del caso judicial para mirar al pasado, cuando todo sucedió.
Pero esta evocación no es inocente.
Claro que no. Esa evocación deja claro que las condiciones en que se produce la intoxicación siguen vigentes. El abogado vuelve a la nave y allí encuentra unos inmigrantes ilegales de color que le piden trabajo. En el mismo polígono industrial hay inmigrantes ecuatorianos. Hay cosas que han cambiado pero la reflexión es que lo que hacían aquellas chicas jóvenes lo hace ahora la inmigración ilegal.
Susana Javaloyes, tras ser sometida a un doble trasplante pulmonar, se convirtió en una de las caras más visibles del Síndrome Ardystil ¿Habló con Susana Javaloyes para hacer la película?
Sí. De hecho, Susana fue la única persona con quien hablé y me sirvió para construir el personaje protagonista, que es una combinación de tesón y lucha sin victimismos. Una actitud ejemplar, la de Susana, que se puede extender al resto de sus compañeras de lucha. Cuando la operaron, sólo le daban 10 años de vida. Pero cuando se celebra la vista oral, han pasado 11 años desde el transplante. Es el primer año de su nueva vida.
Hay otra parte en la película, menos emotiva, en la que se desenmarañan las responsabilidades.
Es la parte más difícil, porque no es sencillo reflejar en un juicio a la española la cadena de responsabilidades que sale del caso Ardystil. Es muy alambicado y un poco kafkiano, porque ahí están el inspector de trabajo, la empresaria, la industria química, las distribuidoras de los productos químicos.... Contar eso sin confundir al espectador no es fácil.
Tampoco es frecuente abordar un tema de salud laboral en el cine.
Es que tal como está la taquilla, con mucho producto escapista y de entretenimiento, abordar este tipo de temas es casi tabú y desde luego arriesgado.
Sin embargo, el estreno de Síndrome laboral en Canal 9 Televisión Valenciana tuvo un 22 % de audiencia.
Sí, y no está nada mal. Probablemente, a diferencia del cine, la televisión tiene audiencias más receptivas con realidades próximas, como la de estas chicas jóvenes a las que la vida da un hachazo a través de sus condiciones de trabajo.