Se les llama "personal especialista en extinción de incendios forestales" porque no han conseguido que se les reconozca la categoría de bomberos forestales. Son los primeros que llegan a la línea de fuego cuando se está quemando el monte. La dureza de su trabajo físico hace que se trate de un colectivo muy joven, con una media de edad de 30 años. Saben que no podrán estar mucho tiempo en ejercicio. En ese sentido son como los futbolistas de élite pero en la cima de la precariedad: cobran poco más de 1.000 euros al mes por un trabajo extremadamente penoso del que tendrán que retirarse jóvenes.
Las condiciones de trabajo de los bomberos forestales cambian a lo largo del año, en temporada de prevención, unos seis meses al año, se dedican a trabajos forestales como abrir cortafuegos o limpiar el monte y el resto del año a apagar los más de 8.810 incendios o conatos de incendios que según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente se produjeron en España en 2016. Cuando realizan labores de extinción son transportados mediante helicópteros a la zona del siniestro: "Nos sueltan en medio del monte, con una mochila de 20 litros de agua y nuestras herramientas ligeras para parar el incendio. Estaremos allí entre 8 y 11 horas. Algunos vamos por parejas, uno de ellos lleva una motosierra y otro, a alguna distancia, lleva una mochila con gasolina. A este le llamamos el hombre bomba", explica Jorge Nieto, delegado sindical de CCOO en TRAGSA con una amplia experiencia como trabajador de las Brigadas de Refuerzo en Incendios Forestales (BRIF). Distintas estimaciones cifran entre 45.000 y 50.000 personas las que trabajan en extinción de incendios forestales en todo el territorio español en empresas públicas o privadas que desarrollan encomiendas de las Administraciones públicas.
Entre 1996 y 2013 fallecieron 103 trabajadores en las labores de extinción de incendios. Como expone el propio Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (INSHT), en un 62% de los casos, la causa principal de accidente mortal ha sido la propia lucha contra el incendio, concretamente el atrapamiento entre las llamas debido a la propagación explosiva del frente de llamas, ya sea por circunstancias atmosféricas (inversión térmica e inestabilidad atmosférica) o debidas al comportamiento del fuego (topografía, consumo energético del fuego y atmósfera inestable), pero en un 38% de las muertes, el factor ha sido el infarto de miocardio. Y es que el ejercicio físico que realizan estos trabajadores en una jornada de extinción es equivalente al que realiza un ciclista de élite en una etapa reina de una prueba ciclista como la Vuelta a España. El dato procede del estudio realizado entre 2006 y 2009 por un grupo de investigación de la Universidad de León que monitorizó cuatro brigadas de extinción de incendios que actuaron en 84 incendios en la campaña de 2007. El estudio aplicó el criterio de Chamoux para calcular el coeficiente de penosidad de este trabajo y en todos los casos se alcanzaron los 25 puntos que permite calificar el esfuerzo de estos trabajadores como extremadamente duro. Las frecuencias cardiacas medias de estos trabajadores durante la extinción del incendio superaron en todos los casos las 110 pulsaciones por minuto, es decir, se situaron por encima de lo que se considera soportable según la propia nota técnica 295 del INSHT. Las frecuencias máximas se situaban entre 169 y 178 pulsaciones por minuto. Estas elevadas frecuencias cardiacas en temperaturas medias que rondan los 65 grados exponen a estos trabajadores a un riesgo elevado de deshidratación, que por encima del 3% del peso corporal pueden estar en la génesis de contracturas y calambres musculares y si alcanzan el 5% aumenta el riesgo de lesiones musculotendinosas.
Tras la publicación del estudio de la Universidad de León, algunas empresas como TRAGSA incorporaron una preparación física muy exigente dentro del horario laboral como la mejor medida de prevención de riesgos musculoesqueléticos y cardiacos, pero en otras empresas no existen preparadores físicos ni tiempo destinado al ejercicio. Así lo explica Ángel Bou, delegado de CCOO en Divalterra, la empresa dependiente de la Diputación de Valencia: "Yo tengo cinco hernias cervicales y puedo seguir trabajando porque hago mucho ejercicio para fortalecer la musculatura. Cuando le hemos pedido a la empresa que nos proporcione tiempo y medios para esa formación física, que es absolutamente necesaria en nuestro trabajo, la respuesta ha sido: con tu tiempo libre haz lo que quieras".
La situación con los equipamientos de protección individual no es mucho mejor en Divalterra: "Llevamos una mascarilla que no se ajusta con las gafas, así que has de elegir entre ver o respirar. Y claro, eliges respirar y te quitas las gafas". Una bombera forestal de TRAGSA a la que hemos entrevistado pero que prefiere permanecer en el anonimato explica cómo los equipamientos solo están pensados para hombres: "Son monos enteros que te has de quitar completamente si necesitas orinar en el monte. Pedimos que nos adaptaran los equipos a las mujeres y nos proporcionaron unos monos con unas cremalleras en la cintura que se clavaban y se calentaban, así que decidimos seguir utilizando el equipo de los hombres". Ángel denuncia también que en muchas bases de Divalterra no existen ni aseos ni vestuarios.
¿Y si te lesionas, qué ocurre?
En semejantes condiciones de sobreesfuerzo las lesiones en espaldas y rodillas son frecuentes, pero la mayoría de ocasiones la mutua no reconoce el origen profesional de las mismas: "Si te pasa algo has de decirlo nada más salir del incendio, pues sino corres el peligro de que te nieguen que ha sido en el trabajo", explica Jorge Nieto.
Alfredo Muñoz, otro de los delegados sindicales de CCOO en las BRIF de Tragsa, añade información relevante que evidencia el origen profesional de las lesiones: "Algo que podemos observar a simple vista es que las lesiones que tenemos están en función de la tipología de ataque que hacemos en los incendios. Por ejemplo, en bases como en la mía, en Cuenca, que utilizamos herramientas de raspado y corte, y pasamos más tiempo agachados, hay más dolencias de espalda. Y en otras bases como la de Asturias, que tienen que andar mucho y utilizan el batefuego, hay más lesiones de rodilla".
Los trabajadores de las BRIF de TRAGSA que son fijos discontinuos tienen que pasar por obligación una prueba anual de resistencia en cada nueva campaña nada más ser contratados, y si no la pasan en dos intentos (el segundo se realiza a los quince días), la empresa los manda a una excedencia que tiene la consideración de voluntaria a pesar de que los trabajadores no la solicitan, sino que se les impone: "La empresa te guarda el puesto hasta la próxima campaña, pero durante un año ni cobras del paro ni de la empresa, así que imagínate cómo te mantienes", explica Jorge Nieto.
Uno de los caballos de batalla de este colectivo es la incorporación a una segunda actividad una vez han alcanzado una edad que les impide mantenerse en un puesto de trabajo que requiere un esfuerzo físico tan potente: "Estamos luchando para que se nos garantice una continuidad en otros servicios de la empresa o en otras actividades, pues es evidente que más allá de los cincuenta es difícil seguir con un trabajo tan exigente", explica Jorge Nieto.
Las labores de silvicultura que realizan durante la época del año en la que no hay tantos incendios implican riesgos biológicos como el contacto con procesionaria o las picaduras de insectos, para los que tampoco existe prevención: "Lo mínimo ,explica Nieto, es que en la vigilancia de la salud se hicieran pruebas de alergia y se nos facilitara esa información a los capataces y la formación necesaria para aplicar de urgencia una medicación antialérgica o similar".